miércoles, 12 de marzo de 2014

Me mataste, segundo a segundo.

No callo por miedo a que el silencio se apodere de mi.
Cuando me di la vuelta sabía que no estarías ahí, pero necesitaba asegurarme de que me habías abandonado.
Hace tiempo que pensé que todo habría acabado, pero el olor profundo de la primavera ha llegado ocupando tu lugar.
Ya no sé cómo evitar que mis lágrimas me descubran o ignorar la idea de que fuiste una pieza tan fundamental en mi vida que al principio me costaba respirar porque te habías llevado mi aire y mis ganas de seguir adelante, de conocer a alguien que me quisiera tanto como yo a él y que me hiciera sentir que nada podía ser tan importante como compartir una tarde de domingo con él o que el mayor de mis deseos fuese volver a besar esos labios que sin palabras consiguiesen calmarme en una noche de tormenta.
Pensé que habías sido tan cruel como para llevarte mi felicidad para abandonarla en cualquier cuneta de esa larga carretera que solíamos recorrer juntos en tu coche.
Hoy sé que solo yo me escondía en una oscuridad que estaba empezando a matarme. A consumirme como una vela: poco a poco. Tan despacio, tan sutil, tan doloroso.
Lo mejor de todo esto es que me enseñaste que un corazón puede romperse en mil pedazos, pero también puede arreglarse y formar uno. El suyo y el tuyo. Juntos. Hasta que acabe de llover.


No hay comentarios:

Publicar un comentario